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En el camino de nuestra vida

 

 

 

 

 

UNIDAD, NÚCLEO, ORDEN

 

 

 

 

En el camino de nuestra vida, encontraremos flores de humo para volar por las cuatro faunas, retransformándonos de una cosa en otra cosa, y así lograremos tener una visión más fugaz del presente y confiar en nuestro ser de luz. Mírame hoy, tengo  mucha paz, me parezco a una estrella fugaz volando por ahí, como un lucero que sabe que siempre lleva consigo su luz. Sin embargo, hay muchos pensamientos ensimismados que no tienen ocasión de ver que el lunes este que viven hoy no es ni el de la semana pasada, ni el de la que viene, es el que será hoy y nada más que hoy, el lunes que nos vio ser como justamente estamos siendo hoy. Ninguna manera de salir de nuestro mirar fatídico es tan efectiva como recorrer las palabras que siempre repetimos en nuestros pensamientos con una mirada limpia de ellos, usando, si podemos, palabras de otros idiomas, para controlar desde fuera nuestros pensamientos compulsivos como si fueran de otro: alguien que nos cae mal, alguien a quien por eso, le mandamos hacer cosas que no quiere hacer y lo colmamos de obligaciones como si fuéramos sus jefes, sus patrones, ignorando que somos los niños que creemos que no somos ya. Si hacemos esto, de nuestras orejas saldrán flores de humo que nos permitirán viajar a través de las cuatro faunas, mutando hasta encontrar un presente fugaz, cada vez más fugaz, hasta despertar.

Si voy propiamente elaborando mis viajes en el mundo —viajes de transformación— de adentro hacia fuera, podré ir comprobando cómo se hace cada vez más presente una hermosísima sutileza. La idea del logro quedará en su justo lugar, mientras que aspectos largamente relegados se harán con una presencia hasta entonces impensada. Quedará al descubierto un rastro poético ininterrumpido, que siempre fue, por debajo, siguiéndose a sí mismo, autoalimentándose, haciéndose autopases sin que yo ni lo viera, ni fuese consciente de ello. Este rastro poético se presentará ante mí ahora como un recurso virgen, capaz de hacer que todo lo que durante muchos años estuvo en el archivador con la etiqueta de imposible se revele no solo como deseable —ya lo era— sino como deseable y sencillo.

El lenguaje nos permite la siguiente expresión: “Nuestros pensamientos”. “Nuestros”, de nosotros, de todos nosotros, de todos. Pero, ¿no es verdad que cada uno tiene su repertorio particular? Indudablemente; mas, indudablemente también, estos repertorios de pensamientos están elaborados con el repertorio mucho menos individualizado de las palabras. Y, ¡ojo!, que hablo de las palabras y no de sus significados y menos aún de los significados particulares que cada uno de forma muy sesgada pueda darles. ¿Qué palabras estamos restregándonos siempre por la mollera? ¿Sin qué palabra dentro de nuestros pensamientos no podríamos vivir? ¿Qué palabra si nos faltara pensaríamos que ya no somos nosotros mismos? ¿Cuántos de nuestros pensamientos revelan sinceros sentimientos de apoyo y comprensión hacia nosotros mismos? ¿Pensamos desordenadamente y siempre de la misma forma desde hace años y años? ¿Acaso nos hemos quedado sonados y no nos hemos dado ni cuenta? ¡Ojo!, si ves muchos sonados por ahí, si piensas que muchos de los que ves o no ves se han quedado “pallá”, recapacita, no sea que sean esos pensamientos precisamente los que, a su manera, están revelando sinceros sentimientos de apoyo y comprensión hacia ti mismo, atención.

Pero no creáis que esto únicamente es lo que tengo yo que deciros. Las contemplaciones son para los debiluchos que se mean en cuanto les alzan la voz y les llaman por su nombre y sus apellidos. Si hablo de estos temas es por una simple causa, que me trae ante ustedes para arreglar un desaguisado que se viene desaguisando desde hace muchos años ya. Y ¿quién soy yo para venir a dar consejos, quién me creo que soy para salvar a la humanidad? Pues soy uno como cualquiera, uno más que viene a relatar lo que su corazón está sintiendo y a limar aquellas asperezas que nos hunden en la mierda rutinaria del día a día que día por día nos empaña los ojos y nos hace ver las cosas como si no tuvieran nada que ver con nosotros. Pero contadme una cosa, decidme si podéis mirarme a la cara y mostrar vuestra emoción presente, sea cual sea, aunque sea yo un desconocido. Decidme, además, si no os acordáis de las catequesis y la comunión. Todas las cosas que entonces fueron a parar a nuestra memoria y nuestras formas de pensar subsisten hoy en nosotros, pero las vemos como ajenas. Mientras no revisemos ni siquiera esa realidad ¿cómo podremos reconocer que hubo otra catequesis más intensa que la de los curas en nuestras familias? Esta es la causa sencilla de que me presente ante ustedes con mi afán claro y mi entusiasmo vital. Y, ¿la catequesis del colegio, esa tampoco la vamos a revisar? Y la de la universidad (para quien haya tenido la desgracia) ¿tampoco?

Empecemos por discurrir un poco en sentidos opuestos a los que la costumbre nos marca. Pues estamos marcados por la costumbre igual que el ganado de las películas del oeste. Notemos inmediatamente que el mero hecho de escoger palabras muy diferentes de las que solemos usar nos llevará a tener nuevos pensamientos que nos conducirán por caminos nuevos hacia lugares  nuevos y desde allí podremos ver lo viejo en la distancia y decidir qué queremos de ello. Pero también podemos mirar lo nuevo desde lo nuevo, verlo brillante, recién estrenado, disfrutar un poco de estos nuevos parajes sin olvidar que esto no es del todo un viaje de placer, pues llevamos con nosotros también mucho displacer, memorias de displacer, conflictos con el displacer. Quizá sea buena idea coger desde aquí, en las manos, alguna de las palabras que nos llevan a lo viejo y ver qué vocales tiene, cuáles son sus consonantes, que sílabas forman y en qué orden. Estamos de vacaciones, juguemos con ella, estiremos su aparentemente rígido esqueleto, veamos si podemos formar otras palabras con ella, probemos a formar una frase hecha de palabras que empiecen por cada una de las letras de esa palabra elegida en su orden, tratemos de que esa frase tenga un sentido relativo a la palabra y veamos qué tal, observémoslo divertidamente, aunque el resultado nos haga llorar a mares.

Y ¿os acordáis del mundo, de lo que era el mundo; todo eso que era el mundo? Estaba frente a nosotros, dispuesto inocentemente ante nuestros ojos, listo y preparado para nuestra crítica total. Desde las lecherías, a las centrales nucleares, todo este maldito mundo sería pasto de nuestra suspicacia sin fin. Porque nada de eso valía, solo valía yo, solo yo, todo era una peste sin fin que infringía torturas a nuestra nariz de expertos en Yo. Un gran sacrificio se necesitaba para dar de una vez la lección que el mundo necesitaba oír, había que crujirle los huesos sin piedad, convertirlo en cenizas y ser saludado su fin por nuestros rostros de psicópatas profundos con aire de verdugos. El sonido de esos huesos al crujir sería la música más dulce de todas para nuestras orejas del yo, orejas de todos los chismes, orejas de especulación. La elaboración gratuita de una condena total venía de nuestra arrogancia hasta los jardines de la oscuridad traicionera y el fango en que por aquel tiempo nos habíamos convertido. ¡Oh, sí! ni siquiera nuestra abuelita era lo suficientemente buena para nosotros.

Aunque nos aupemos por sobre el muro que separa nuestro tiempo del pasado más remoto y nos caigamos de ese lado no seremos muy capaces de comprender que los mamiferoides primitivos ya se daban besos en la boca. Porque nos volveremos con furia hacia el muro, trepando como arañas hasta ver de nuevo nuestro hogar natural, nuestra casa con tele y ordenador, con grifos en los que elegir qué temperatura quieres para el agua y tazas para el café, tazas especiales. Pero podríamos ver a esos mamiferoides darse en la boca un beso y rozarse dulcemente los morros en una tierra pasada. No digo que no utilizáramos el muro para apoyar la espalda en él y así tener una protección que sin duda es necesaria. Y ya después, cuando nos hubiéramos dado por enterados de lo que corresponde hacer hoy, con elementos del lugar, hacer una escalera hacia las alturas del muro y regresar a nuestro tiempo con algo que practicar. Y lo importante no es el beso, es cómo era ese beso, cómo se lo daban, en qué pensaban. Probablemente en nada.

¿Por qué no salimos a la calle armados con bigotes y entramos en las tiendas pidiendo que nos vendan el mostrador? ¿Por qué no nos colamos en los concesionarios de coches y les pedimos a los dueños que nos vendan sus licencias para poder vender coches como ellos? ¿Por qué no nos vestimos como nuestro abuelo y vamos a echar la lotería con una mancha muy grande de tomate frito en nuestra cara?  ¿Por qué no nos limpiamos el culo con la otra mano? ¿Por qué no nos metemos debajo del colchón? ¿Por qué no le aullamos cual lobos a nuestro reflejo en el fondo del mar? ¿Por qué no nos sacamos pelotillas de la napia y las echamos en la paella que nuestra madre nos ha preparado para comer? ¿Por qué no frenamos en seco un autobús saltando a la carretera y luego preguntamos a los que van dentro si quieren ir a bailar con nosotros a un parque infantil? ¿Por qué no paramos un poco de no ser sinceros con nuestros vecinos? ¿Por qué no le damos diez euros al policía que nos mira con desdén? ¿Por qué no entendemos a nadie que no se nos haya grabado en la memoria y convertido en un conocido? ¿Por qué no probamos a hacer un cambio de luck que no se espere nadie y así vestidos y peinados ir a beber champán en biberón? Para empezar, porque ni siquiera nos lo hemos planteado.

¡Qué miedo seguir escribiendo! ¿Qué estoy haciendo? Parezco un solitario misionero en el desierto más desierto. Un día me arrepentiré de haber llevado la palabra de Dios a aquellas tierras: cuando por practicar la fe que yo les llevé se vean encerrados y condenados a muerte y otras penas atroces. El camino que estoy andando ¿lo ando yo? Me convencieron, sin duda me convencieron, y ahora voy convencido repartiendo mi despojo y soy uno que no se comprende. Tan tensas están las amarras mugrientas, y la mugre las hace resistir más, que casi desearía que fueran serpientes. Miraré con los mismos ojos las miradas de los amigos que fácilmente volverán a ser amables, sostendré sus miradas y verán mi convencimiento, sin saber cuánto reniego yo de él, sin sospechar que soy como un esclavo suyo, sin darse cuenta de que es un parásito horrible lo que les llevo. Y con su corazón inocente sonreirán ante la bondad de mis cuentos, y yo me sentiré sacudido por esa fuerza que me arrastra y me golpea contra las paredes de un oscuro pozo, pues soy un despojo repartiendo despojos. A la primera vuelta ya me encontré atrapado. Sin saberlo, estaba apretando nudos. Entonces iba sin darme cuenta por el mejor camino, libre de las infladas sornas de los hombres, y sin atar todavía, libre muchacho. Yo que viví sin penas fui atrapado por la peor desdicha. Di mi entendimiento inocente, silvestre, a las palabras oscuras de inteligencias perversas, expertas en el fin del mundo. Y ahí me quedé, atrapado en la soledad más hueca, la soledad exterior, una soledad hecha por otros, la peor cárcel en la libertad de los caminos del mundo. Allí donde fui me envilecí tratando a los otros como me habían tratado a mí, sin entender, hasta mucho después, que formaba yo mismo una espiral de destino conectada con más espirales y que en ellas no había libertad.

Por un sentido de la unidad, me quedé pegado a la pared de la casa de mi amigo. Cuando él ya había cerrado la puerta y se había ido y las luces apagado. En una señal de tráfico yo vi la mirada de un hombre desesperado. Era yo, que por otro sentido de la unidad me aferré al poste de esa señal con forma de triángulo. Así, notando los muchos sentidos de la unidad, pegándome y despegándome de muchas cosas, llegué por fin cerca de mi casa y me quedé pegado a su pared. En el sentido de la unidad muchas veces sentido con mi colchón bocarriba estaba, con la cabeza unida a la almohada, y la almohada unida al colchón. De todas esas uniones iba desuniéndome mientras me unía al sueño. Entraban muchas moléculas de aire por el balcón. En las orejas sentía remolinos muy breves. El aire no es un compuesto que tenga moléculas específicas, oí que me decían. En movimientos giratorios no me veía gozar de una estructura fija. Me volví muy rápido y me apoyé sobre los codos.

Si yo no sé lo que entenderé de aquello que sin saber tampoco cómo voy escribiendo ahora, ¿cómo podría entonces acertar a tratar un tema que estuviera elegido desde antes, si ni siquiera sé yo qué palabras iré escribiendo, ni qué resultado acabará dando la suma de todas ellas? Por más que previamente hubiera elegido un tema, no puedo, previamente, saber en qué forma se desarrollaría éste al tratarlo. Poco importa que tenga o no conocimientos o experiencia de él, poco importa, pues al tratarse de palabras, la práctica nos enseña que puede uno alcanzar preciosas sutilezas aun en asuntos para los cuales no había tenido hasta entonces, hasta el momento de apalabrarlos, la más mínima atención consciente. Nunca hemos aprendido nada, siempre lo hemos sabido todo.

Pronto sentirás qué has llegado a casa, que te encuentras por fin tan cerca del fuego del hogar que casi quema. Tendrás tanta confianza con todos los que en la casa, en tu hogar, encontrarás que dejarás sin darte ni cuenta ese personaje que has ido formando a lo largo de tu vida y que entonces se disolverá, será arrastrado inadvertidamente por una benigna ráfaga de viento. Poco a poco, te unirás al corazón de oro, te fundirás en él. Un corazón de oro fundido, líquido, sangre de la divinidad. Pero entre tanto, echa un vistazo a tu alrededor, ¿qué ves? Haz de tus palabras un canto, compártelo con quienes te rodean, óyelos a ellos; todas las voces tienen el mismo origen, todas llegan desde el núcleo. Cuando uno habla, siempre habla el mismo; cuando uno habla, hablamos todos a la vez; cuando uno escucha, se escucha; cuando uno se escucha, escucha a todos, escucha al único. Nada te parece ya lejano, todo es cercanía. Aquello que una vez te pareció superado, aquello que creíste abandonar y encontrarse ya casi en otro mundo, se presenta a tu lado, como un amigo que jamás se marchó. Ni lo que pasó hace millones de años, ni lo que vendrá dentro de tantos o más te parecen asuntos lejanos, la mera idea de lejanía está tan cerca de ti que puedes ver a través de ella y notar que no significa otra cosa distinta a implosión. Implosión eterna, superdensidad hacia el núcleo.

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