El colibrí madura a un
ritmo lento. Perdida está por siempre la querella que hace siglos entablara
contra la lucha por la supervivencia, ya que se sobrevive o no se sobrevive,
pero ya, ya no hay más. Él quiso adherir a eso una pasión estética que de verdad
justificara la vida, no solo la suya, las de todo. Es una guerra en las
sombras, en la oscuridad de todas nuestras falsas integridades, la guerra por
la supervivencia, y tiene el más pésimo de todos los objetivos: vivir en una
noria y creernos que la noria es el mundo, y matar por ello, si es necesario
rajar gargantas. Si hoy por hoy maldecimos a los tantos y a los cuantos por no
modificar ellos nuestros ojos lo hacemos sabiendo que solo a nosotros nos corresponde
cambiar nuestra mirada. Es un problema que se declara culpable y pillado,
agarrado en plena actividad terrorista, en el caso del shock traumático, donde
lo que nos pasa es que no podemos ni queremos asumir la propiedad de la nueva
mirada que la causa del shock ha provocado y que no hemos tenido tiempo de
evitar, porque nos ha partido en dos el día y seguramente también la vida
entera.
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