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El experimento Labourne

 

El experimento Labourne

 

 

El joven guacamayo salió disparado de la pistola de guacamayos a una velocidad aproximada de 239 k/h, con una expresión facial de verdadera felicidad. En pos de la veracidad del experimento el neurofisiólogo Sandro Taburne había preparado un prototipo basado en los diseños originales que Michael L. Labourne hizo para la empresa estadounidense Coca-Cola a principio de los años treinta del siglo veinte, experimentos que habían obtenido resultados positivos desde el primer momento y que habían llevado a Labourne a lograr un gran reconocimiento en su campo profesional.

Este experimento representaba la vuelta al presente de los primeros entusiasmos juveniles de Labourne que no quiso perder la ocasión de presenciarlos de cerca, dando a su vez muchas indicaciones valiosas a los jóvenes miembros del equipo de trabajo, financiado por el filántropo internacional y genio de la bolsa de valores Arthur McHarley por la intervención directa de la esposa de este, simpatizante de Luis Ventura Cortadillo, el verdadero responsable de que todo se llevara a cabo, el único con el carisma necesario para reunir en un escenario ideal a todos los implicados  indispensables de las primeras fases de los experimentos, llevadas a cabo décadas atrás e interrumpidas desastrosamente por la irrupción en el escenario geopolítico de los acontecimientos que desencadenaron la segunda guerra mundial.

Al final del día los esfuerzos se habían visto recompensados con una tanda de resultados iniciales que hacía pensar en el mejor de los futuros para el experimento, a pesar de que un pequeño detalle había pasado desapercibido para casi todos, todo el instrumental estaba trucado por Ventura Cortadillo para que los resultados fueran los que más se deseaban entre todos los posibles. Cortadillo estaba al tanto de las ideas delirantes de Labourne y era consciente de que sus experimentos habían sino una chusca impostura, Labourne, sin embargo, parecía haber llegado a creer con el correr del tiempo que aquellos resultados eran fiables y se entusiasmaba ahora, a la vejez, con la confirmación de su larga locura. Cortadillo tenía entre manos una tarea muy diferente a la que aparentaba estar dedicado en esos días. Su objetivo era poner en duda los métodos utilizados en la validación de los llamados descubrimientos científicos, dejando en evidencia a la comunidad internacional de investigadores y experimentadores que habían llegado a convertirse en el mayor grupo de presión de la humanidad, dominando con sus ideas cientificistas el ámbito cultural de una gran cantidad de países, una expansión que no hacía más que crecer en los últimos tiempos tirando a la basura milenarios saberes constituidos en experimentos serios de verdad, aquellos llevados a cabo por millares de seres humanos a lo largo de la historia y en diversas tradiciones que seguían sin duda vivas pero se encontraban amenazadas de muerte por esta moderna invasión mundial que no es la de los territorios sino la de las ideas chaladas de la comunidad científica.

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