En el camino hacia los montes rojos, en cuyas
laderas, tras acampar, estaremos viviendo los próximos tres meses, hemos podido
observar numerosos cataclismos de orden insólito. El primero que mencionaré,
observado solo por mí, ha consistido en una revelación ectoplásmica, en forma
de palabras, que me ha mostrado un mensaje que todavía no he sabido
interpretar, ni desvelar su significado oculto. Las palabras de ectoplasma
aparecieron flotando a la altura de mi cintura. Se formaron al revés de cómo se
escribe, de derecha a izquierda y el mensaje, por así decirlo, que traían era
el siguiente: En la mujer de humedad se acarrea.
Extrañísimo. El segundo cataclismo insólito sucedió cerca de los más
retrasados de los caminantes viajeros: todas las hojas de uno de los árboles
del bosque cayeron a la vez al suelo y desaparecieron de pronto sin dejar
rastro, dejando un árbol calvo de golpe. Nos llamaron a los más adelantados y
regresamos allí: en efecto: un rato antes ese árbol presentaba todas las hojas
en su sitio y ahora era solo un esqueleto, además no había rastro de su follaje
en ninguna parte. El tercer cataclismo, el último de los que dejaré reflejados
aquí como ejemplos, sucedió muy temprano en la mañana, cuando, después de salir
el Sol, y habiendo empezado hacía muy poco la caminata diaria en nuestro
peregrinar hacia los montes rojos, todos los integrantes de la expedición,
todos sin excepción, hemos experimentado lo que en lenguaje mundano muchos
llamarían una alucinación colectiva. Hemos tenido una visión compartida del
otro mundo. Lo considero una gran bendición y un signo más de que esta
expedición representa una oportunidad sin precedentes para llegar a ver en vida
los logros que, durante siglos y siglos, han perseguido todos aquellos seres de
la tierra que a lo largo de la historia de esta han despertado al sentir
universal y a la cósmica comprensión y luego, al regresar la vista al mundo
humano, todo se les ha vuelto pestilencia y auténtico y vivo infierno. Un punto
y aparte para el relato de la visión.
Un grito unísono de todos nosotros, como una voz
sola, para mí también un signo. Un grito que todavía no nos queda claro si ha
producido nuestra entrada en la visión (si ha sido así, ¿qué nos ha hecho
darlo?) o si, por el contrario, ha sido ese grito nuestra respuesta común al
súbito ingreso en el otro mundo. La visión ha sido sencilla. Simplemente nos
hemos visto caminar por una larga pasarela blanquecina, con una cierta
luminiscencia. Fuera de la pasarela todo era oscuro, salvo cuando pasaban, más o
menos cerca de nosotros, serpientes luminosas de muy diverso color. Algunos las
hemos visto como serpientes y otros como rayos alargados y flexibles con
movimientos serpenteantes. Al mismo tiempo, allí donde hasta el momento de
comenzar la visión se encontraba el Sol hemos visto, ahora sí unánimemente, un
águila blanca con el pico dorado que volaba en círculos. El último elemento ha
sido sonoro. Como un sonido de tambores muy grave y retumbante venía de delante
de nosotros donde en la lejanía se perdía la pasarela, y junto al sonido un
olor a hierro o un sabor metálico, según quien lo cuente. Ese sonido,
proveniente del lugar adonde nos dirigimos, es sin duda la voz de ese mismo
lugar, los montes rojos, que están dispuestos en forma de herradura y que han sido
considerados sagrados desde hace milenios por todas las culturas pobladoras de
esta región, así también como por otras culturas lejanas que han sabido de él
gracias al conocimiento que los viajeros espirituales han ido repartiendo de
región en región durante el tiempo y también, incluso, a las visitas, que aún
hoy siguen produciéndose, de muchos, por ejemplo, lamas tibetanos que llegan a
los montes rojos en viajes astrales. La visión, por último, se terminó no con
un grito, sino con un profundo suspiro común de todos nosotros que ha devuelto
a nuestros ojos la visión del mundo de la ilusión, este mismo que seguimos
viendo ahora mientras aun proseguimos en camino.
Comentarios
Publicar un comentario