Lo miré con mi cara de viejo patibulario y, dejando ver mis terribles fauces a la luz del farol, le hice sentir que su vida no valía un ochavo. Mi mirada atronadora lo desazonó hasta el punto de sumirlo para el resto de sus días en un estupor constante protagonizado por mi rostro demencial.
Mis grandes culos se abrieron de inmediato y dejaron salir sendas cacas de gran tamaño con la forma del estado de Misuri. Estas cacas extremadamente inteligentes empezaron a darse golpes contra los muros de la catedral, los mismos que hace años habían servido para dar cobijo a los parloteos insensatos del viejo Maldonado. Los chorretones de caca empezaron a delimitar un fantasma de la figura de Maldonado que se volvió loco de inmediato, con mis ojos de urraca lo hipnoticé y le ordené que subiera al campanario y mientras lo hacía se fuera volviendo de sangre para saltar desde arriba transformado en quince pájaros rojos que volaran goteando hasta el amanecer. Cuando mis culos locos se cerraron y yo sentí que mis cacas desaparecían de la vista colándose por las alcantarillas adyacentes me preparé para escupir sobre la pared de la catedral una palabra negra de trapos y arandeles que quedaría grabada en la piedra hasta el fin de los días.
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